domingo, 7 de octubre de 2012

Psicosis


Domingo.
No estoy seguro de por qué estoy escribiendo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora… sólo… Necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un lugar donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o… cambiado… no que haya pasado. Es mi memoria, enturbia las cosas, las reensambla.
Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizá ese es el problema. Sí, tenía que ir y escoger el más barato apartamento, el único en todo el sótano. La falta de ventanas hace que el día y la noche parezcan la misma cosa. No he salido en unos días porque he estado sumergido en este proyecto de programación, supongo que quería acabarlo de una buena vez. Horas de estar sentado delante de un monitor puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo sé, pero no creo que sea por eso.
No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba raro. Ni tan siquiera puedo definir qué es. Probablemente porque no he hablado con nadie en un tiempo. Eso es lo primero que me inquietó. Todos con los que normalmente hablo por msn mientras programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. Mis mensajes no fueron respondidos. El último correo que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Le llamaría con mi celular, pero aquí la señal es terrible. Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.
Bueno, eso no se dio tan bien. Mientras la sensación de temor se desvanece, me siento un poco ridículo por haber estado asustado en absoluto. Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que he crecido. Después de todo saldría tan sólo para hacer una corta llamada. Aunque sí me cambié de camisa, pues era hora de almorzar, y supuse que me encontraría al menos con una persona que conociera. O al menos eso era lo que quería, ojalá lo hubiera hecho.
Cuando salía, ligeramente abrí la puerta de mi apartamento. Una sensación de ahogo ya de alguna forma se había evacuado de mi cuerpo, por una razón desconocida. Se lo atribuí a no haber hablado con nadie más que yo por uno o dos días. Me asomé en el deslucido corredor, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser. Apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear, encendiéndose y apagándose en una agonía que al parecer durará mucho tiempo todavía. En un extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio. Estaba cerrada, por supuesto. Dos oxidadas máquinas expendedoras a su lado; compré un refresco de una de ellas mi primer día aquí, pero tenía pasada la fecha de caducidad desde hace dos años. Estoy bastante seguro que nadie más en el edificio sabe que estas máquinas están aquí abajo, que mi tacaña casera simplemente no le interesa reabastecer.
Deslicé mi puerta con suavidad, y seguí el camino procurando no hacer sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, camuflarse con el rumor general del pasillo. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la puerta, y para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y las luces de los automóviles que daban vuelta en la intersección iluminaban a la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía excepto por los pocos abedules de la acera meneados por el viento. Recuerdo temblar aunque no tenía frío. Quizá fue por el viento de afuera. Podía vagamente oírlo a través de la puerta, y sabía que era esa particular clase de viento de media noche, ese que es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que sonaba cuando se abría paso entre las incontables hojas de los árboles.
Decidí no salir.
En su lugar, levanté mi celular a la altura de la ventanilla, y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el medidor, y sonreí. Tiempo de escuchar la voz de alguien más, recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo a nada. Negué con mi cabeza riéndome de mi mismo en silencio. Marqué el número de mi mejor amiga Amanda y acerqué el teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces paró. Nada pasó. Escuché el silencio por unos buenos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el seño y miré al medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, asustándome. Lo pasé a mi oreja.
“¿Bueno?”, pregunté, reteniendo el ligero shock de oír hablar la primera voz en días, aún si se tratase de la mía. Estaba tan acostumbrado a los regulares sonidos del edificio, de mi computador y el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, una voz se escuchó.
¿Qué hay?”, dijo claramente la voz de un joven, al otro lado de la línea. “¿Quién habla?”
“Juan”, le respondí, confundido.
“Ah, perdón, número equivocado”, contestó, y colgó.
Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé en mi registro de llamadas, el número era desconocido. Antes de que pudiera meditar sobre ello, el celular sonó de nuevo, asombrándome una vez más. Está vez miré el número antes de contestar. También era desconocido. Coloqué el aparato junto a mi oído, pero permanecí en silencio. Todo lo que escuché fue el usual sonido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi tensión.
“¿Juan?”, fue la única palabra, por la voz de Amanda.
Suspiré aliviado.
“Hey, eres tú”, contesté.
“¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la Séptima Avenida, y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Éste es el teléfono de alguien más, naturalmente”.
“Ah, bueno”, le dije.
“¿Dónde estás?”, preguntó.
Paseé los ojos por lo muros y su pintura descarapelada, la puerta que tenía frente, con su pequeña ventilla.
“En mi departamento”, suspiré. “Sólo me sentía un poco encerrado. No sabía que era tan tarde”.
“Deberías venir aquí”, me dijo, riendo.
“Nah, no estoy de humor para ir a caminar solo a estas horas”, dije, mirando por la ventanilla a la silente y airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor. “Creo que mejor voy a seguir trabajando o me iré a dormir”.
“¡Tonterías!”, contestó. “¡Puedo ir a traerte! ¿Tu departamento queda cerca de aquí, cierto?”
“¿Que tan borracha estás?”, le pregunté divertido. “Tú sabes dónde vivo”.
“Ah, claro. ¿Supongo que puedo llegar allí caminando, no?”
“Puedes si quieres desperdiciar media hora”.
“Cierto”, contestó. “Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu trabajo!”
Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los números parpadear en la pantalla mientras la llamada finalizaba. El inquieto zumbido de las máquinas se reprodujo en mis oídos. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de nuevo a mi soledad en esta vacía sala. Tal vez por haber visto tantas películas de terror, tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de horrible entidad que se pasa orbitando en el borde de la soledad, esperando el momento para arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de su clase. Sabía que el miedo era irracional, pero no había nadie cerca, así que… bajé las escaleras, corriendo por el pasillo hasta mi cuarto, cerrando la puerta tras mío lo más velozmente que pude, procurando mantener el silencio. Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos incompletos y miedos, dejando sólo hechos concretos y objetivos. Es tarde, recibí una llamada de un número equivocado, y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, así que llamó de vuelta con otro teléfono. Nada extraño está pasando.
Aun así, hubo algo inusual en esa conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿O fue ella a quién sentí extraña? O fue… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora, hasta escribirlo. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché en el fondo fue silencio! Claro, eso no significa nada en particular, pues ella pudo haber ido afuera a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser. ¡No escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está soplando!
Lunes.
Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba ver cuando crucé por el pasillo y asomé el rostro por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irrazonable ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño, ¡y finalmente salir de aquí! Un momento… Creo que escuché algo.
Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no pasó. Subí por el camino de escaleras, sólo para encontrar decepción. El cristal en la puerta principal era sacudido por la corriente de lluvia torrencial que se desataba afuera. Sólo una muy gris, débil luz se filtraba desde las nubes en lo alto y llegaba hasta aquí; pero al menos sabía que era de día, incluso si era un decaído y húmedo día. Intenté quedarme a esperar que un relámpago iluminase la escena, pero la lluvia era muy fuerte y no pude visualizar nada más que indistinguibles siluetas paseándose por extraños ángulos de la corriente bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer piso, al segundo. Terminé en el tercer piso, el más alto del edifico. Miré a través del vidrio que había a un lado de las escaleras, en la pared que conectaba a las habitaciones; pero era de esos gruesos y distorsionados que bloquean la luz. No que hubiera mucho que ver en la lluvia después de todo.
Me paseé por el alfombrado pasillo del piso. Las diez o tantas puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero era medio día, así que no me sorprendió no oír nada más que el sonido de la lluvia afuera. En lo que permanecí allí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y fugaz impresión que las puertas estaban cimentadas como silenciosos monolitos de granito esculpidos por una antigua y olvidada civilización para un insondable propósito de guardián. Cayó un relámpago que iluminó el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las viejas y roídas puertas azules se vieron justo con ásperas rocas. Me reí de mi mismo por dejar que mi imaginación me jugara así, pero entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debe significar que hay ventanas cerca. Una distante memoria me llegó, y de inmediato recordé que el tercer piso tiene una alcoba con una puerta corrediza de cristal a la vuelta de donde estoy.
Emocionado por mirar la ciudad desde arriba, en medio de la lluvia e incluso quizá, ver a otra persona, caminé velozmente a la alcoba, encontrando la larga y delgada puerta corrediza. Era bañada como la ventanilla de la puerta principal. Extendí mi mano a la manilla para hacerlo, pero dudé. Tenía la más extraña sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. Todo ha estado tan raro últimamente… Así que ingenié un plan, y volví aquí para llevar lo que necesitaba. No pienso realmente que lograré algo con ello, pero estoy aburrido, llueve, y me estoy volviendo loco de remate. Regresé a traer mi cámara web. De ninguna forma el cable alcanzaría llegar hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras en el oscuro extremo del sótano, pasar el cable por debajo de mi puerta, y poner cinta de aislar sobre él para camuflarlo en la tira de plástico que se corre por la base de las paredes del corredor. Sé que es tonto, pero no tengo nada mejor que hacer…
Bueno, nada pasó. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me llené de coraje, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el diablo de nuevo a mi cuarto y azoté la puerta. Miré por la cámara web de mi computadora atento, viendo en la transmisión el pasillo afuera de aquí y una parte de las escaleras. Sigo observando en este momento, y no aparece nada interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una parte de mi puerta. ¡Hey! ¡Alguien se conectó!
Usé un más antiguo modelo de cámara que tenía en mi closet para chatear con mi amigo. No supe cómo explicarle por qué quería que fuera una videollamada, pero se sintió bien ver la cara de otra persona. No pudo hablar por mucho tiempo, y no hablamos de nada importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo miedo ya casi ha pasado. Ya lo habría dejado a un lado, sino fuera por lo… extraño que transcurrió la conversación. Sé que he dicho que todo me ha parecido extraño, pero… sus respuestas fueron tan vagas. No puedo recordar ni una cosa específica que me haya dicho… ningún nombre, lugar o evento en particular… Pero si me pidió mi dirección de correo, para mantenerse en contacto. Un momento, me llegó un correo.
Estoy a punto de salir. Recibí un correo de Amanda para pedirme que nos reuniéramos en “el lugar donde siempre vamos”. Me encanta la pizza, y he estado comiendo de las sobras que había en lo que una vez fue una alacena decorosa; así que no puedo esperar. De nuevo, me siento ridículo por estos últimos días. Debería quemar este diario cuando regrese.
Otro correo.
Oh por Dios. Casi ignoro el correo y abro la puerta. Por poco y abro la puerta. Por poco y abro la puerto, pero leí el correo primero. Era de un amigo que tengo un buen tiempo sin ver, y fue enviado a muchísimos correos que deben ser cada contacto que tiene guardado. Carecía de título, y decía, simplemente:
“ve con tus propios ojos no confíes en ell”
¿Qué demonios puede significar eso? No me lo puedo sacar de la cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir que algo ocurrió? ¡La frase claramente se mandó sin completar! En cualquier otro día hubiera tomado esto como spam, pero las palabras “ve con tus propios ojos”, no puedo evitar sino releer este diario y repasar estos últimos días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona con mis propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación en línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa, ahora que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa? ¿O es el miedo que está nublando mi memoria? Mi mente juega con los eventos que he organizado aquí, señalando que no ha habido ni un tan solo dato que haya dado sin sospechar. El “número equivocado” que obtuvo mi nombre y la subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi dirección de correo… Yo le saludé primero cuando vi que estaba conectado. Y luego recibí un correo apenas terminó la conversación, ¡oh por Dios! ¡La llamada con Amanda! ¡Le dije por el teléfono, le dije que estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy cerca de allí! ¡¿Qué si están tratando de encontrarme?! ¿Dónde está todo el mundo? ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en días?!
No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.
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No sé qué pensar. Recorrí mi departamento desesperado, sosteniendo mi celular en cada rincón para ver si puedo obtener algo de señal. Finalmente, en el baño, cerca de una de las esquinas superiores, una barrita. Sosteniéndolo a esa altura, envié un mensaje de texto a cada número de mi lista. Tomé en cuenta la posibilidad, el peor escenario, lo peor que imagino. Envié:
¿Has visto a alguien cara a cara últimamente?
A este punto, sólo necesito una respuesta. No me importa cuál sea, o si me dejé en ridículo al hacer esto. Intenté hacer una llamada, pero no podía elevar mi cabeza lo suficiente, y si bajaba el teléfono tan siquiera un centímetro, perdía la señal. Luego recordé la computadora y fui directo a por ella, envíe mensaje a todos mis contactos conectados. La mayoría estaba ausente u ocupado. Nadie respondió. Perdí la paciencia. Empecé a inventarme pretextos para justificar que vinieran hasta aquí. No me importa nada a estas alturas. ¡Sólo necesito ver a otra persona!
Desbaraté mi apartamento tratando de buscar algo que pasé por alto; alguna forma de contactar a otro ser humano sin abrir la puerta. Sé que es loco, sé que es irracional, pero es posible, ¡es posible! Y necesito estar seguro. Fijé el celular al techo por si acaso.
Martes.
¡El celular sonó! Agotado por el alboroto de anoche, debí haberme quedado dormido. Me despertó el tono de mi celular, corrí al baño, me paré en el retrete y lo alcancé para contestar la llamada. Era Amanda, y ahora me siento mucho mejor. Estaba muy preocupada por mí y aparentemente ha intentado llamarme desde que la dejé plantada. Viene para acá, sí, sabía dónde estoy sin necesidad de que se lo dijera. Estoy muerto de la vergüenza. Definitivamente voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea. Ya ni sé por qué sigo escribiendo en él. Bueno, quizá porque ha sido el único tipo de comunicación que he tenido desde… Dios sabe cuando. Me veo terrible. Me di un vistazo al espejo antes de volver aquí. Mis ojos están hundidos, mi barba más grande y pareciera que estoy enfermo.
Mi apartamento está hecho un desastre, pero no voy a limpiarlo. Creo que necesito que alguien más vea por lo que he pasado. Estos últimos días no han sido normales, por donde lo vea. No soy de los que imaginan cosas. He sido víctima de la probabilidad. Seguro estuve a punto de ver a otra persona en docena de ocasiones. Nada más fue que salí cuando era tarde por la noche, o medio día cuando todo el mundo está trabajando. Ahora sé que todo está bien. Además, encontré algo ayer que me ayudó tremendamente: ¡un televisor! Lo conecté justo antes de sentarme a escribir esto, y lo escucho sonar de fondo. La televisión siempre ha sido un escape para mí, y me recuerda que afuera de estos muros un mundo sigue andando, crea lo que crea.
Me alegra que Amanda haya sido la única que me contactó luego de haber mandado todos esos absurdos mensajes. Ha sido mi mejor amiga durante años. Ella no lo sabe, pero cuento al día en que la conocí como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida. Fue un tibio día de verano. Pareciera como si el recuerdo estuviera arrancado de un mundo distinto del que me encuentro ahora. Sentí como que pasaron días enteros en ese parque, al que ya estábamos demasiado grandes para ir, hablando con ella solamente. Todavía siento que puedo volver a ese momento en veces, y me recuerda que este lugar no es lo único que existe… Al fin, ¡llaman a la puerta!
Pensé que era raro que no pude verla por la cámara que escondí en el pasillo. Supuse que fue por la perspectiva, como el no poder ver mi puerta. Debí saberlo. ¡Debí saber que eso sería un problema! Después de que tocara, grité en tono de broma que tenía la cámara entre las máquinas; vaya que había dejado mi paranoia ir lejos. Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con ella. Sonrió y saludó con una de sus manos.
“Qué hay”, dijo alegremente, mirando curiosa.
“Lo sé, es raro”, hablé por el micrófono conectado a mi computadora. “He tenido una mala racha”, agregué.
“Seguro”, contestó. “Ábreme Juan”.
Dudé. ¿Cómo podía estar seguro?
“Sígueme un poco la corriente ¿sí?, dime algo sobre nosotros, sólo para probar que eres tú”.
Miró a la cámara, se tocó la barbilla, volteó hacia arriba; sacó un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó el papel para que pudiera verlo en la cámara. Decía:
“Ya estábamos muy grandes para ese parque”.
Suspiré profundamente, la realidad volvía, el miedo se disipaba. Dios, había sido tan ridículo. ¡Por supuesto que era Amanda! Ese recuerdo no estaba en ningún otro lugar más que mi memoria. Nunca he hablado con nadie de ese día, y no por vergüenza, sino por tenerlo como un nostálgico recuerdo. Si había alguna entidad desconocida que trataba de engañarme, como temía, de ninguna forma podría saber sobre ese día.
“Bueno, dame un segundo”, le dije entre risas.
Corrí a mi pequeño baño y peiné mi cabello lo mejor que pude. Me miraba terrible, pero ella entendería. Riendo por mi tonto comportamiento, y el desorden en el que estaba, caminé hacia la puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último vistazo a mis espaldas. Comida mordisqueada regada por el suelo, el bote de basura caído y la cama que había volcado hacía unas horas, buscando… Dios sabrá qué estaba buscando. “Tan tonto”, pensé.
Casi le di vuelta a la perilla, pero mis ojos notaron una cosa más: la cámara que usé para chatear con mi amigo. La esfera negra estaba sobre un costado, el lente apuntaba a la mesa en donde este diario se encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en cuanto pensé que si algo podía mirar a través de esa cámara, vería lo que había escrito acerca de ese día. Le pedí una cosa, cualquier cosa acerca de nosotros, y ella escogió la única en el mundo que creí eso o ellos no sabrían… pero lo hacen, ¡lo saben! ¡Hasta pudieron haberme observado todo este tiempo!
No abrí la puerta. Grité. Grité sin parar. Arranqué la cámara y la estampé contra el suelo. La puerta tembló y la perilla intentó girar, pero no escuché la voz de Amanda al otro lado. ¿Era tan siquiera ella quién estaba afuera? ¿Quién más pudo ser sino Amanda? ¿Quién demonios estaba afuera? ¡¿Qué demonios estaba afuera?! La vi por la cámara, la escuché por mis parlantes, ¿pero fue real? ¡¿Cómo podría saberlo?!
Grité alarmado por ayuda. Aseguré la puerta con todos mis muebles. Por ahora se ha ido.
Viernes.
Al menos creo que es viernes. He roto todos mis aparatos electrónicos. Desbaraté mi computadora. Cualquier cosa ahí podía, a fin de cuentas, ser manipulada por medio de la red. Sé de eso, soy un programador. No puedo arriesgarme. Cada pequeño dato respecto a mí, mi nombre, mi mail, mi ubicación, todas fueron cosas que he dicho. He releído lo que he escrito una y otra vez. He intentado juzgar lo que he escrito, bailando entre el miedo y el escepticismo. A veces me consta que una entidad está decidida en el simple objetivo de hacerme salir de aquí. Desde el principio, Amanda no hizo nada más que pedirme que abriera la puerta y saliera, cuando me llamó. Puedo leerlo, puedo leerlo claramente ahora.
Trato de ver las cosas desde todos los ángulos. Por un lado, soy un lunático que ha interpretado una convergencia de probabilidades extremadamente improbables, pero factible: nunca asomarme en el momento adecuado, nunca ver a otra persona por mero azar, recibir un correo extraño como los miles que es posible recibir, pero en el momento preciso. Por el otro, esa convergencia extrema de probabilidades es la única razón por la cual, lo que sea que esté afuera, no me ha atrapado aún: nunca abrí la puerta corrediza del tercer piso, y tal vez nunca debí de abrir la puerta metálica al final del corredor. No volví a abrir la puerta de mi apartamento después de abrir la puerta metálica. Lo que sea que esté allá afuera -si es que está allá afuera- nunca “apareció” en el pasillo antes de que abriera la puerta metálica. Tal vez se había dedicado a cazar a todas las presas que se encontraban al descubierto y luego esperó, hasta que delatará mi existencia al tratar de llamar a Amanda… una llamada que no se concretizó hasta que eso me hablara y preguntara por mi nombre…
Mi temor literalmente me abruma cada vez que intento acoplar todas las piezas de esta pesadilla. Ese correo -corto, cortado- era de alguien intentando decir algo. ¿Una advertencia aliada, intentando llegar a mí antes de que fuera muy tarde? Ver con mis propios ojos, no confiar. Puede que tengan dominadas todas las cosas electrónicas, que hayan elaborado una enorme red, para engañarme y hacerme salir. ¿Por qué no puede entrar? Tocó la puerta, así que al menos parcialmente, es sólido. La puerta. La idea de esas puertas como monolitos guardianes en el tercer piso aparece cada vez que mis pensamientos siguen este rumbo. Si hay alguna entidad etérea intentando que salga a la intemperie, quizá esa entidad es incapaz de cruzar las puertas.
No paro de pensar en todos los libros que he leído, en todas las películas que he visto, intentando encontrar la respuesta a esto. Las puertas siempre han sido gatillos de la imaginación humana, plasmados en numerosas ocasiones como portales de singular importancia ¿O quizá la puerta es muy gruesa? Yo no podría derribar ninguna de las puertas de este edificio, sobre todo las del sótano. Dejando eso a un lado, ¿por qué me quiere a mí? Incluso yo puedo imaginar al menos una docena de formas de matarme, incluyendo dejar que me pudra aquí abajo y muera de hambre. Quizás eso es precisamente lo que está haciendo. Está llenándome de miedo. Pero ¿y si no quiere matarme? ¿Si puede hacer algo peor? Dios, ¡¿cómo salgo de esta pesadilla?!
Llaman a la puerta…
Le dije a la gente del otro lado de la puerta que necesitaba unos minutos más para pensar las cosas y saldría. Sólo estoy escribiendo esto para decidir qué hacer. Al menos esta vez he escuchado sus voces. Mi paranoia –sí, reconozco que estoy paranoico- me hace pensar en todas las formas que una voz humana podría fingirse con algún medio electrónico. El pasillo podría estar lleno de altavoces, simulando voces humanas. ¿Realmente les tomó tres días venir a hablar conmigo? Se supone que Amanda está allí afuera, junto con dos policías y un psiquiatra. Tal vez les tomó tres días pensar en qué decirme. La explicación del psiquiatra sería muy convincente, si decidiera pensar que todo esto no ha sido nada más que un extraño mal entendido y dejar fuera de la ecuación a la entidad que intenta engañarme para abrir la puerta.
El psiquiatra tiene la voz de un viejo. Autoritaria pero sensible. Me agrada, me recuerda a la de mi propio padre. ¡Estoy desesperado por ver a alguien con mis propios ojos! Dice que sufro de algo llamado cyberpsicósis, y soy sólo uno más de una enorme epidemia que se cuenta por miles, detonada por un correo sugestivo que “se filtró de alguna forma”. Juro que lo dijo así: “Se filtró de alguna forma”. Creo que intenta decir que se esparció por todo el país inexplicablemente, pero sospecho demasiado que a la entidad se le ha resbalado algo. Dijo que soy parte de una ola de “comportamiento emergente”; que muchas personas más están enfrentando mi mismo problema, y el mismo miedo, aunque nunca nos hemos comunicado.
Eso explica el correo que recibí sobre ver con mis propios ojos. No recibí el correo detonante original. Recibí un descendiente. Mi amigo pudo haber perdido la razón también, he intentado advertir a todo el mundo sobre su paranoico miedo. Así es como el problema se esparce, afirma el psiquiatra. Pude haberlo esparcido también, con el mensaje que envié por el celular y los que mandé por el messenger. Alguno de todos esos contactos podría estar volviéndose tan loco como yo, después de haber leído uno de esos mensajes, y ahora estar interpretando la realidad en la forma en la que lo estoy haciendo yo.
El psiquiatra me dijo que no quería “perder uno más”. Que la inteligencia de gente como yo, es precisamente nuestra perdición. Dibujamos conexiones tan bien, que incluso las dibujamos en donde no deberían estar. Dice que es fácil comenzar a acumular paranoia en el mundo en el que ahora vivimos, un lugar en constante cambio en donde cada vez mayor parte de nuestra interacción es simulada…
Hay que admitirlo, es una explicación hermosa. Reúne y explica todo. Lo explica perfectamente, de hecho. Tengo todas las razones del mundo ahora para sacudirme este horror atávico de que una cosa o algo se encuentre del otro lado de la puerta, lista para capturarme y llevarme a un destino peor que la muerte. Sería tonto, tras oír esa explicación, permanecer aquí hasta morir de hambre sólo para evitar a esa entidad que quizá ya haya atrapado a todos los demás. Sería tonto pensar, tras oír esa explicación, que yo sería una de las pocas personas que restan en un mundo vacío, escondiéndome en mi seguridad del sótano, jodiendo a una impensable y engañosa entidad que juega a ser omnipotente con tan sólo rehusarme a abrir una puerta. Es una explicación perfecta para cada cosa extraña que he escrito aquí; tengo todas las razones del mundo para dejar ir mis miedos, y abrir esa puerta.
Y es exactamente por eso que no lo haré.
¡¿Cómo puedo estar seguro?! ¿Cómo puedo saber qué es real y qué un engaño? Todas estas malditas cosas con sus cables y sus señales que nacen de un origen imperceptible y llegan hasta ti. ¡No son reales, no puedo estar seguro! ¡Señal de video, de celular, correos! Incluso la televisión, ahora silenciosa, partida por la mitad, en el suelo. ¿Cómo podría saber qué es real? Todo mensaje no es más que energía, ondas, luz… la puerta. ¡Está golpeando la puerta! ¡Intenta entrar! ¿Qué alimaña mecánica podría estar empleando para simular a un hombre golpeando una puerta tan perfectamente? Al menos ahora podré verlo con mis propios ojos… No queda nada más aquí con lo que pueda engañarme. ¿No puede engañar a mis ojos, o sí? Ve con tus propios ojos no confíes en ell… alto… Ese mensaje trataba de decirme que confiara mis ojos, ¡¿o advertirme sobre mis ojos también?! Oh por Dios, ¿cuál es la diferencia entre un cámara y mis ojos? Ambos transforman la luz en señales eléctricas, ¡son lo mismo! No puedo permitir que me engañe, dios, ¡no puedo permitir que me engañe! No voy a permitirlo; no puedo estar seguro, ¡necesito estar seguro!
Fecha desconocida.
He pedido tranquilamente una pluma y un papel, por el día, por la noche, hasta que finalmente me los dio. No que importe. ¿Qué voy a hacer? ¿Sacarme los ojos de nuevo? Los vendajes se sienten como una parte de mí ahora. El dolor se ha ido. Supuse que ésta sería una de mis últimas oportunidades de escribir legiblemente, pues, sin mi vista que corrija errores, mis manos ligeramente olvidarán el mecanismo involucrado. Es un capricho, escribir… un vestigio de otra era, porque ciertamente ha asesinado el resto del mundo… O algo peor.
Me siento contra la pared día y noche. La entidad me trae comida y agua. Se disfraza como una amable enfermera, como un antipático doctor. Sabe que mi oído se ha agudizado considerablemente ahora que estoy en oscuridad. Finge conversaciones en el corredor, con la intensión de que lo escuche. Una de las enfermeras habla sobre tener un bebé pronto. Uno de los doctores perdió a su esposa en un accidente de auto. No que importe, nada de eso es real. Nada me llega, no como ella lo hace.
Esa es la peor parte, la parte que casi no puedo resistir. Esa cosa viene a mí, enmascarada como Amanda. Su recreación es perfecta. Suena exactamente como Amanda, se siente exactamente como ella. Hasta produce una simulación razonable de sus lágrimas que me obligó a sentir sobre sus tibias mejillas. En un inicio, cuando me trajo aquí, me dijo todas las cosas que quería escuchar. Me dijo que me amaba, que siempre lo había hecho, que no entendía el porqué de esto, que todavía podíamos tener una vida juntos, ir al parque todos los días, si quería.
Tan sólo tenía que dejar de insistir sobre la farsa. Quería que creyera. No, necesitaba que lo hiciera, que era real, que era ella. Jamás sabrás qué tan cerca estuve de responder a ese acto tuyo. Dudé de mi mismo por mucho tiempo. Pero es un perfeccionista, todo era demasiado real o lo que entiendes por real, y, ¿sabes?, la realidad tiene otras cosas que aún no alcanzas a captar, quizá porque ni siquiera nosotros mismos logramos hacerlo del todo, ni representarlo.
La falsa Amanda venía todos los días, luego cada semana, hasta que por fin dejó de joderme con ella… pero no creo que la entidad se rinda. El juego de esperar es tan sólo otro de sus trucos. Lo resistiré por el resto de mi vida, si es necesario. No sé qué fue lo que le ocurrió al resto del mundo, pero sí sé que esta cosa necesita que caiga. Si es así, entonces tal vez, sólo tal vez, soy una piedra en su camino. Quizá Amanda sigue con vida en algún lado, mantenida con vida sólo por mi voluntad de resistir el engaño. Me sostuve a esa esperanza, meciéndome adelante y atrás en mi celda para pasar el tiempo. Nunca me rediré. Nunca caeré. Soy… ¡un héroe!
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El doctor leyó el papel en el que el paciente había escrito. Apenas podía entenderse, escrito con la temblorosa mano de un ciego. Quería sonreír ante la firme determinación del joven, un recordatorio de la voluntad humana por sobrevivir, pero sabía que el paciente estaba completamente delirante.
Después de todo, una persona sana hubiera caído en el engaño hace tiempo.
El doctor quería sonreír. Quería susurrar palabras de ánimo al delirante joven. Quería gritar, pero los delgados filamentos conectados en los nervios de su cabeza, y en sus ojos se lo impedían. Su cuerpo caminaba a la celda como una marioneta, y le decía al paciente, una vez más, que estaba equivocado, y que no había nadie tratando de engañarlo.


Un pequeño precio a pagar

Ve hacia algún baño de alto tráfico. Debe ser un baño donde haya estado mucha gente, o no habrá la suficiente energía latente residual para poder hacer esto. El baño de un hotel es perfecto. Asegúrate que es después de las 00:00, y asegúrate de que lleves dos cigarrillos. Entre más fuertes sean los cigarros, más probabilidades de éxito tendrás. Siént
ate a obscuras y fúmate uno de los cigarrillos; asegúrate de que haya un espejo y que puedas ver tu reflejo siempre. La cereza del cigarrillo encendido te debe dar la luz suficiente para esto. Cuando te hayas fumado más o menos tres cuartos del cigarrillo, el cuarto deberá estar lleno de humo. Tus ojos probablemente se pondrán llorosos, pero no parpadees. No quites la vista de tu reflejo en el espejo por nada del mundo. Si parpadeas, todo lo que hayas hecho hasta ahora será en vano.

Te darás cuenta de que tu reflejo se desvanecerá en la obscuridad. Sin embargo, la cereza del cigarro se separara en dos ojos rojos. El humo del cuarto se empezara a condensar y antes de que te des cuenta de lo que ha pasado, una figura estará sentada a tu lado. Te pedirá un cigarrillo, dáselo y se encenderá por si sólo en cuanto lo lleve a donde su boca debiera estar. En este momento puedes preguntarle lo que tú quieras, y siempre te dirá la verdad. Puedes preguntarle sobre quién mató a JFK o quién era Jack el destripador. Cualquier cosa que se te ocurra. Asegúrate de estar pendiente de cuánto ha fumado del cigarrillo; cuando esté a punto de acabársele, el humo de tu cigarro empezará a definir más de sus facciones, haciéndolo mas material que etéreo.

En este momento, párate y arráncale sus ojos de un movimiento. La figura deberá ser en su mayoría humos, así que tus manos atravesarán su cabeza. Si dejas que termine su cigarro, él te atacará, seguramente tomando tu vida. La figura te gritará e insultará, y la mano con la que arrebataste sus ojos te arderá intensamente. ¡No abras tu mano! Aunque los ojos se hayan casi desvanecido, pueden aún ver; corre hacia el interruptor de luz y préndelo. Esto desvanecerá a la forma física de la figura y lo regresará a su forma etérea. Abandona el cuarto, y espera hasta después de las 3:00 AM para abrir tu mano. Probablemente el ardor sea insoportable, pero si abres la mano, todas las luces de donde estés se apagarán, permitiéndole a la sombra regresar y tomar venganza. Quizás tengas marcas en la palma de tu mano cuando la abras, aunque ya cauterizadas.

A partir de ahora, no podrás nunca estar en un cuarto a obscuras con un espejo, porque la figura podrá seguirte gracias a las marcas en tu mano. Después de esto, quizás sientas más frío de lo normal, sin importar lo cálido del lugar donde estés. A partir de ahora, tendrás muchas pesadillas, pero en ellas, tendrás la habilidad de una especie de sexto sentido. Podrás ver eventos futuros cercanos, quizás cosas horribles. Cosas que solo tú sabrás y nunca podrás detener.

Supongo que es un pequeño precio a pagar por el conocimiento absoluto…

El Parque

Desde siempre me ha agradado caminar o rondar entre la oscuridad simplemente acompañado por la luz prestada de la luna, aún desde aquel día en que sucedió tal tragedia… Nunca terminé de superar ese hecho, pero hubo otro que me perturbó un poco más mis días errantes sobre la tierra….Fue hace unas semanas cuando me sucedió algo un poco aberrante…

Después de las tragedias siempre se e

spera que la tormenta se atenúe un poco más, que avance rauda y poder ver quizás un rayo de luz, algo de esperanza, pero en este, mi caso, no fue así…en realidad empeoró.
Podría decir que es a veces curiosa la existencia humana, nuestros hábitos y adicciones que son parecidas a un placebo para aliviar tristes y amargas monotonías diarias. En mi caso siempre fue el caminar de madrugada, no hay nada como el silencio tan abismal que se percibe a altas horas de la noche en la cual eres sólo tu y el mundo, tu y la luna…y nadie más.
Es curioso cuando te gusta caminar en la profunda penumbra de la noche, entre las mismísimas tinieblas que proyectan formas por doquier acelerando el palpitar más calmado y valeroso, pero hubo una vez en que dejé esta adicción aún cuando quedé con una duda tan inmensa que no pude continuar haciéndole compañía al astro lunar.
Con paso firme y tranquilo, noté de lejos y curiosamente, a una niña meciéndose en una hamaca de un abandonado parque en la zona más lejana de la ciudad, la cual antes yo solía habitar debido a mi extraño traslado. Me fue llamativo cuando sin darme cuenta aquella pequeña se apareció a mi lado y me miró penetrante y fijamente sin decir más que un leve murmullo casi inaudible, mientras sólo se percibía el susurro húmedo del viento cargado de rocío y de pronto alaridos de angustia y dolor… La chica desapareció trotando por la calle con risas macabras que rompían el silencio y dejando un rastro de sangre tras de si….

Quizás no sea nada del otro mundo, pero llegó a convertirse en algo escalofriante para mi cuando sabes que falleciste días atrás y un vivo te habló…

¿Un Perro Chihuahua?

Una pareja recoge un perro chiguagua de la calle mientras están de vacaciones. Sin saber el peligro que suponía meter al animal en su casa sin un análisis veterinario…

Sara y Antonio disfrutaban de su luna de miel en México, se habían casado apresuradamente porque ella se quedó embarazada, pero no por ello se querían menos que el resto de recién casados. Llevaban años hablando de la boda y el pró

ximo nacimiento no hizo mas que acelerar un enlace que ellos deseaban desde hacía tiempo.

Su viaje estaba resultando de lo más placentero, México les cautivaba, ambos caminaban durante horas por las playas de Cancún hasta que el sol caía, no habían visto un paraíso igual.

Una tarde mientras caminaban por la playa decidieron alejarse un poco de la zona turística, a unos cientos de metros encontraron lo que parecía un vertedero. Una zona sucia con un olor nauseabundo y un riachuelo cubierto casi totalmente por espuma. Entre la basura vieron un pequeño cuerpo moverse, un perrito chiguagua que parecía muy enfermo, tenía los ojos rojos, probablemente por alguna infección, estaba muy delgado y apenas podía moverse. La pareja que era amante de los animales no pudo quedarse indiferente, recogieron al animal y lo llevaron al hotel.

No les quedaba mucho tiempo de vacaciones y sabían que las normas del hotel eran muy estrictas con respecto a los animales así que no pudieron llamar a un veterinario. Sin embargo el amor y atenciones que dedicaron al perrito parecía tener sus frutos, lo alimentaron, limpiaron y al día siguiente parecía haber mejorado mucho, pues ya podía caminar y abrir los ojitos.

Enamorados del dulce animal decidieron que no podían abandonarlo de nuevo a su suerte, mientras hacían la maleta para regresar a España hablaban de lo bien que se llevaría con su gato Baltasar. Metieron al perrito en un bolso y se dirigieron al aeropuerto.

Como Sara estaba embarazada no tuvo que pasar por los filtros de seguridad por lo cual pudo pasar fácilmente al perrito escondido en su bolso, el animal aún estaba tan débil que no podía ladrar por lo que sería fácil llevarlo sin que nadie se diera cuenta.

Una vez llegaron a su casa, su gato comenzó a comportarse de una manera extraña, tenía un comportamiento muy agresivo con el chiguagua, como si estuviera asustado. Pensaron que serían celos y que pronto serían amigos.

Pasados unos meses nadie podría reconocer al chiguagua, el pequeño animal que parecía un esqueleto cuando lo encontraron había ganado peso y una poderosa musculatura, ya pesaba casi 8 kilos, un peso desde luego inusual para un perrito de sus características. El gato estaba muerto de miedo y no bajaba de los muebles para nada.

El chiguagua se había convertido en el rey de la casa.

Por otra parte Sara había tenido una niñita preciosa, debido a la preocupación de las últimas semanas de embarazo y la alegría del nacimiento la pareja casi ni se había percatado del comportamiento de sus mascotas.

Hasta que un día Baltasar desapareció, el gato alguna vez había realizado alguna escapadita en busca de gatitas en celo pero era la primera vez que no regresaba en varios días. Antonio puso varios carteles por el barrio con la foto del gato pero no dieron sus frutos, el gato se había ido.

Pasado un tiempo todo parecía haber vuelto a la normalidad, su bebé con dos meses estaba cada día más guapa. Su perrito ya pesaba 10 kilos y tenían un cuerpo rechoncho pero muy fuerte, era una verdadera máquina de comer que nunca parecía saciarse.

Una tarde la comida del perro se acabó, por lo que Antonio tuvo que salir a comprar mas mientras Sara cuidaba de su hija. La madre aprovechando que el bebé se acaba de dormir se metió a la ducha. Mientras se enjabonaba escuchó el corto llanto de su hija, pero a los pocos segundo se calló de nuevo.

Cuando Sara salio de la ducha su niña había desaparecido, no estaba en la cuna donde la había dejado. Como loca se puso a buscar por toda la habitación, debajo de la cama, en los armarios… nada, ¡ La niña había desaparecido!.

Antonio que llegaba en ese momento encontró a su mujer gritando y llorando de desesperación, juntos revisaron hasta el último rincón de la casa, hasta que se dieron cuenta de que su perro tenía las patas llenas de barro y sangre en el hocico.

Temiéndose lo peor salieron a su pequeño jardín donde encontraron oculto detrás de un seto un agujero en la tierra, como una madriguera. Aterrorizados por lo que pudieran encontrar cavaron con sus manos. Bajo tierra encontraron el cadáver de su hija parcialmente devorada y los restos de lo que parecía su gato desaparecido.

Antonio encolerizado fue en busca del perro y con un bate de béisbol le golpeó varias veces matándolo en el acto.

La policía llegó pocos minutos después y desconcertados por el caso llamaron a la perrera municipal para que se llevaran al animal, debían comprobar si tenía rabia y podría haber contagiado a sus dueños u otros perros del vecindario.

El veterinario al llegar al lugar de los hechos dejó a todo el mundo estupefacto.

“Esto no es un perro, es una rata enorme”

Al parecer la rata había crecido junto a un riachuelo contaminado por lo que había perdido el pelo, su increíble tamaño también podría deberse a una mutación.

Who are You?

Aveces, simplemente ESCONDEMOS lo que somos....

Aveces, no queremos ACEPTARLO....

Aveces, puede ser que tengamos MIEDO de descubrirlo...

Pero aunque lo escondamos, lo NEGUEMOS o le temamos...

Sabemos lo que somos, SABEMOS los que nos manda por dentro...

Sabemos que somos unos MONSTRUOS...

No me encierres en el cuarto del Monstruo...

-No, mamá… no me encierres en el cuarto del monstruo… - gimió Andrés.
-Andrés, deja de lloriquear y acepta el castigo como un niño grande - contestó María. Además, te he dicho mil veces que olvides esa patraña del monstruo que ya somos mayorcitos.
-Pero no fui yo quien pinté la pared de mi cuarto, fue Luis.
-No acuses a tu hermano, sabes que fuiste tú. Te manchaste las manos de pintura.
-Porque quise borrarlo para que no lo vieras.
-Se acabó la discusión. Reconoce tus errores y acepta el castigo.
-Pero mamá, el monstruo…
-¡Se acabó! Los monstruos no existen, solo buscas eludir tu castigo.
-Me comerá…- sollozó Andrés entre lágrimas.
Andrés, con sus diez años recién cumplidos, sabía entre otras cosas que lo reyes magos eran los padres, sabía cómo se hacían los niños, y también sabía que los monstruos no existen. Pero también sabía que si no entraba en el cuarto del monstruo, no tenía que preocuparse por eso.
Su hermano pequeño, Luis, observaba la escena desde el pasillo con el miedo pintado en su cara, ante la posibilidad de que a su hermano mayor le hicieran entrar en aquel cuarto. Andrés le había explicado infinidad de historias sobre él, y Luis, por supuesto, las creía todas a pies juntillas.
Andrés le miraba intentando que su hermano aceptara la autoría del suceso y le evitara así el castigo que se le venía encima, pero el terror en los ojos del pequeño le hizo comprender que no sería así.
-Mamá, por favor, te lo suplico…
-Si no entras ahora mismo no saldrás hasta la hora de la cena.
Andrés abandonó toda esperanza de evitar lo inevitable. Bajó la cabeza y una lágrima se precipitó en caída libre hasta la moqueta. Dio media vuelta sobre sus pies y un paso tras de otro, mirando al suelo, se encaminó hacia la planta baja donde se ubicaba el cuarto de los trastos. Su madre le vio desaparecer escaleras abajo poniendo los ojos en blanco, preguntándose que había hecho ella para tener que lidiar con un hijo como aquel.
Fue la última vez que vio a Andrés.
La policía dijo que debió salir por la puerta del garaje y perderse después por las calles de la urbanización, con la oscuridad y el frio por techo. Que podría haber caído en un canal de agua de riego cercano, o haber llegado a la carretera, o…
Se hicieron muchas conjeturas pero nunca encontraron a Andrés.
Pasaron dos años con todos sus segundos, uno detrás de otro. Y María olvidó que tenía otro hijo, incluso olvidó que ella misma estaba viva. Sus cajones se llenaron de píldoras y sus ojos de dolor y de amargura.
El día que llamo la policía para comunicarle que el expediente de la desaparición de su hijo sería archivado, María supo lo que tenía que hacer.
Entró en la habitación de su hijo y cogió la fotografía que mostraba a Andrés y a ella en la puerta de entrada a casa, unas semanas antes del día en que cambió su vida para siempre. Su corazón se comprimió un poco más y acabó por exprimir las últimas gotas de sensibilidad que quedaban en sus venas. Con la fotografía en la mano bajó las escaleras que conducían al garaje, que no había vuelto a pisar desde entonces.
La puerta del cuarto en cuestión estaba abierta, como si quisiera invitarla a discutir sobre un problema largamente demorado. Se detuvo justo delante y con los ojos perdidos en una dimensión solamente discernible por las personas que han sufrido un dolor intolerable, miró. Y vio lo que había bajado a ver.
-Ya voy cariño…- dijo con un hilo de voz.
Lo último que notó antes de entrar en esa inmensa boca fue su aliento.